Tegucigalpa.- Ronaldo y su estupendo Valladolid visitaron la zona cero para encontrar lo esperado: un equipo sumido en la gran depresión, sin moral ni energía, esperando que los resultados desdramaticen su caso. Ganó el Madrid casi de milagro, porque antes de los tantos Alcaraz y Toni Villa estrellaron dos remates en el larguero. Eso sí, el desenlace dio para animar las tertulias: el Madrid venció gracias a un tiro errático de Vinicius que convirtió en irreversible Kiko Olivas. No cambiaron ni Bale ni el juego, pero sí cambió la suerte.
Los entrenadores recién llegados son materia altamente escrutable. Se entiende que cada decisión deja un mensaje de futuro. El de Solari fue la suplencia de Isco, al que tampoco llevó a Melilla. Allí, en la Copa, puso a los otros y ante el Valladolid a los de siempre, groseramente adjetivados por Toshack en tiempos. Y como raramente un equipo en retirada se convierte en ballet de un día para otro, el Madrid jugó con el son que acabó con la salida de Lopetegui.
Esa primera presión que estresaba a los rivales al comienzo del curso se perdió y no ha vuelto. Y siguen siendo indetectables los balones largos de los adversarios: no presionan los centrocampistas y los defensas actúan como si nada sucediera en su trastienda. El Valladolid sacó las uñas durante cinco minutos del primer tiempo, creó tres ocasiones (falló Antoñito en su remate picado, le faltó puntería a Villa y cabeceó fuera por un palmo Ünal) y arrancó al Bernabéu los primeros pitos de la nueva era.
Odriozola y Reguilón
Aquello apareció cuando la ansiedad superó al entusiasmo en el Madrid. De cuanto Solari pretende, lo más comestible es el papel de los laterales, en este caso los suplentes. Odriozola tiene compromiso de permanencia en ataque. Sube, repite, insiste, se esmera. Con acierto en Melilla, con dificultades ante el Valladolid, un equipo mejor forrado atrás. Y con Reguilón ha encontrado, en la otra banda, un especialista en el centro. Aquel arte de Gordillo, que aunaba precisión, elipse diabólica y templanza, volvió durante un rato con el canterano. Y con dos cañones por bandas el Madrid metió cuatro cabezazos en el área antes del descanso, demasiado espaciados como para considerarlos invasión.
A vuelta del descanso quedó un buen retrato del Madrid. Diez minutos en el limbo y dos de ametralladora, con tres ocasiones perdidas. Fue entonces cuando Solari tiró de Isco. El partido le recibió mal, con dos latigazos tremendos de Rubén Alcaraz y Toni Villa al larguero y un disparo de este que salvó Courtois. El sacrificado fue Casemiro, la fuerza aérea del equipo hasta ese momento. El cambio tuvo difícil explicación. También el de Toni Villa, el mejor del Valladolid.
Lo insoportable de la situación acabó con el crédito de Bale, sustituido, pitado y señalado. Al Bernabéu no le molesta tanto que un futbolista juegue mal como que parezca no importarle. Y entró Vinicius, en su trayecto relámpago de promesa por hornear a clavo ardiendo. Falló los dos primeros pases y su primer tiro, que caminaba hacia la Castellana, acabó en la red tras toque involuntario en Kiko Olivas. Lo celebró con una coreografía exagerada y un abrazo a Solari. Cosas de la edad. Ramos remató la faena marcando un penalti a lo Panenka y proclamando patriotismo. La gente pidió que lo tirara Vinicius. Así está el Madrid: se discute mucho y se juega poco. (AS)