Tegucigalpa – La crónica estaba casi escrita. Se hablaría de la final de los sibaritas. El Ajax lo tenía todo a su favor. Tras el gol de la ida, marcó dos en la primera mitad en Amsterdam.
Se había ganado de nuevo en los primeros cuarenta y cinco minutos el voto popular. Pero Mauricio Pochettino ha conseguido hacer creer a los suyos que no hay nada escrito, que rebelarse ante el destino también es una manera de vivir.
Y eso que a su equipo no le han dejado crecer como hacen los demás, en el mercado de fichajes; ese grupo de futbolistas, que han debido sacar de dentro lo que nadie, ni sospechaban que iban a llegar a la final de la Champions por fe, por entrega, por goles, pero sobre todo por creencia en la idea y el liderazgo. Como el Liverpool veinticuatro horas antes, se puso en su ADN un lema para siempre: los límites no existen. Aunque existan.
La lesión de última hora de Neres obligó a sacar a Dolberg y le hizo perder cierta profundidad, pero el movimiento de los holandeses, la flexibilidad con y si balón, la energía, el trabajo que le ponen a cada minuto de juego confirmó que la eliminatoria se estaba jugando a lo que quería el Ajax.
Y tras el primer tanto de Lucas Moura (hizo los tres), decidieron retrasarse para defender y recuperar fuerzas, y ceder la posesión al Tottenham, que en esa primera mitad pareció un bebé sin dientes: guapo, animado pero sin dar miedo.
El Tottenham debía marcar tres tantos, pero no se sabía bien de dónde iban a venir. Solo que salieron otros Spurs. Más atrevidos, más guerreros. Flexible, porque sacó a Llorente que lo cambió todo. De repente las pelotas divididas eran de los ingleses.
Onana tuvo que hacer un par de paradas imposibles pero la dinámica había variado. El primer gol de Lucas Moura, que empieza en un salto innecesario a la presión de de Ligt, fue la contra y que daba sentido a lo que se veía.
De nuevo un paradón de Onana no fue suficiente y Lucas Moura se revolvió en un metro cuadrado para el segundo. Ziyeck tuvo dos ocasiones para llegar a la final, incluido un poste, pero también Vertonghen, que cabeceó al poste.
Y llegó el último segundo del descuento de cinco minutos, al que hay que esperar siempre cuando hay equipos que nunca se dan por perdidos. Y ahí apareció el brasileño Lucas Moura para firmar su noche soñada, la de cualquier futbolista, la de llevar a su equipo a una final de la Champions obrando un milagro.